Nos conocimos con Mariano en marzo de 1952, al iniciar nuestros estudios en primer año del Nacional Buenos Aires. Ambos vivíamos en Flores y coincidimos en una serie de vivencias. Su padre era maestro y el mío, empleado bancario. Con el correr de los años, empezamos nuestras carreras en la Facultad de Derecho de la UBA, donde él se recibió de abogado y comenzó a ejercer desde 1961. Años después, durante el gobierno de Illia, fue designado como subdirector del Registro de Créditos Prendarios, en el cual la Dirección del Automotor era solo un departamento del mismo.
La registración de automotores era un trámite propio de cada jurisdicción y recuerdo esas chapas de fondo anaranjado y números negros, correspondientes a la provincia de Buenos Aires, y las negras con caracteres en blanco, de la ciudad de Buenos Aires. El Registro Nacional comienza la unificación del parque en la década del sesenta, y el cambio de sistema iba a poner de manifiesto los problemas que había traído la práctica habitual de la comercialización y registración automotor. Distintas circunstancias nos llevaron en lo personal al ejercicio del notariado y nuestras decisiones de compartir el estudio, asociados una parte del tiempo y, posteriormente, cada uno jubilado con más de cincuenta años en el ejercicio de esa profesión.
En oportunidad del gobierno de Alfonsín, Mariano fue designado Director Nacional del Automotor y, en base a su conocimiento anterior del sistema y de su propio desarrollo profesional, dio comienzo a rediseñar el procedimiento, incorporar la informática de manera efectiva, vinculando cada vez más a la Dirección Nacional con cada Registro Seccional, analizar el funcionamiento, tanto en los Departamentos de la Dirección como en la interrelación con los Encargados, a los que, progresivamente, incorporó con más funciones, trámites y responsabilidades. Y esta ha sido tarea nada fácil y muy ligada a los vaivenes del país mismo.
Como se ha dicho reiteradamente en nuestro ámbito, de acuerdo al viejo Decreto Ley 6.582/58, las ventas de automotores requerían una inscripción que demoraba meses, había que acompañar por correo documentos de identidad que solo eran restituidos al inscribir y eso terminaba muchas veces en la corruptela de que un automóvil en venta se publicitaba simplemente poniendo en la vía pública una lata o botella en su techo, las partes acordaban la operación y el vendedor hacía entrega de un 08 firmado, a veces por propietarios anteriores. La seguridad estaba ausente; el robo de automotores tenía proporciones enormes como lo indican los considerandos del decreto ley mencionado; y el seguro de tales vehículos, en caso de siniestro, era una verdadera ruleta rusa.
Los oficios judiciales, que requerían información de titulares de dominio, eran contestados de manera ambigua, ya que no se tenía la información correcta para ser trasmitida. Esto trajo aparejado que al modificarse el sistema comienza la acumulación de datos que, al ser unificados, mostraban la existencia de “mellizos” y otras incongruencias.
La informatización, a su vez, transitó el mismo camino difícil, en un momento inicial en que el acceso a la computación, a Internet, no era materia de conocimiento de la comunidad, dentro y fuera del ámbito automotor e incluso había rechazo o temor a su desarrollo. El costo de máquinas, la capacitación, la necesidad de permanentes actualizaciones y mejoras de los programas, para los Registros Seccionales y la Dirección, se debía realizar simultáneamente con la transformación cultural de ver en esa herramienta algo habitual, creado para la mejora, certeza, facilitación de cada tarea, en lugar de ser algo críptico, solo para el manejo de iniciados y de imposible uso para el neófito.
Los legajos antiguos eran manuscritos, a veces había que interpretar los carbónicos que se presentaban.
Todo eso fue el camino a recorrer y es sabido por todos aquellos que hoy ven un sistema registral desarrollado, asentado e integrado a otros sistemas, de ámbitos propios y de otras instituciones vinculadas, como algo común o normal, en actualización permanente, pero haber llegado a ese punto da la idea del camino recorrido en años de trabajo intenso y fructífero.
Los lineamientos técnicos, el soporte jurídico, la relación de trabajo conjunto con distintas entidades, públicas o privadas, fueron acomodándose en el tiempo, y Mariano Durand tuvo la fundamental característica de dirigir una variopinta conjunción de saberes, capacidades e intelectos, urgido por las soluciones que sabían que cada problema resuelto, era la base de desarrollar a continuación algo nuevo y tanto o más complejo. Esa eterna huida hacia adelante requirió en cada momento tomar decisión tras decisión, y el mero hecho de ver el funcionamiento del sistema, más de tres décadas después, da la certeza de que con todo lo que surge, su saber, capacidad o instinto lo acompañó más allá de lo previsible. Y no le reportó un especial reconocimiento general en vida, a pesar de haber originado un sistema beneficioso institucional y personalmente.
Si los hijos son nuestra continuación y nuestro futuro, significa que algo de él, sigue viviendo.