Conocí a Mariano Durand hace más de 30 años. Desde el primer día me habló de todo lo que tenía para ofrecer la DNRPA a una joven abogada administrativista. Hablaba con pasión de un proyecto iniciado unos años antes, en pleno crecimiento y expansión, con mucho por consolidar y aún más por hacer. Me “vendía” el trabajo en equipo, la posibilidad de trabajar con los mejores que había colectado de distintos orígenes y convencido de sumarse a ese proyecto. Se ufanaba de saber elegir a sus colaboradores, priorizando la creatividad y la capacidad de romper los moldes por sobre la obediencia y la parsimonia. Necesitaba a quienes pudieran seguirlo en su enorme capacidad de innovación y análisis.
A poco de asumir, Durand inicia ante el entonces Ministerio de Educación y Justicia un expediente (Nro. 56.989/1984), en el cual define el “REGISTRO IDEAL” y propone un plan para llegar a ese paradigma. En ese marco, se produce el redimensionamiento de los Seccionales, a fin de permitir la atención personalizada del registrador que entendía imprescindible, se dictan nuevos decretos reglamentarios, el 335 en 1988, incluyendo la posibilidad de la informatización, cuando recién estaban llegando las primeras computadoras al país, y el 644 en 1989 que consagra la estabilidad de los encargados y el régimen disciplinario.
También comienza el proceso de informatización hasta constituir la mayor red informática de un sector público en el país y avanza con el dictado de las normas técnico-registrales necesarias para lograr ese Registro Ideal, conjugando la férrea seguridad registral con la diligente y amable atención al público.
Pensaba en los Registros como una suerte de escribanía, donde el encargado es el primer y último responsable de todos los actos que en él sucedían, donde se brindara a los usuarios el asesoramiento necesario para concluir felizmente su gestión y en la Dirección Nacional como el organismo responsable de controlar que así fuera, dictando las normas, brindando las herramientas necesarias y asegurando el financiamiento.
Todas las acciones de la gestión se enmarcaban en ese paradigma. Las normas técnico-registrales, el sistema informático, los convenios con las rentas locales y hasta las habilitaciones de las sedes registrales tenían en miras ese Registro Ideal. Ese proceso se dio por concluido con el dictado de la Resolución MJ 12/1997. Han pasado solo 24 años sin que se haya definido un nuevo paradigma que ordene la gestión.
Todos los temas se debatían en el seno de ese equipo multidisciplinario que había conformado, donde todos teníamos derecho a opinar. Durand creía en la necesidad de conjugar las opiniones de quienes ostentaban lo que llamaba la “inteligencia natural” de quien no había tenido la posibilidad de una formación profesional con los más versados en sus competencias. Creía que de esa manera se lograba la mejor solución, no solo la más correcta técnicamente sino la más conveniente para los destinatarios de sus políticas.
Esa era la forma en la que entendía la gestión pública. Como una herramienta para brindar soluciones que mejoraran la vida de la gente, al menos en el ámbito en que podíamos influir. La medida debía ser útil, debía aportar una solución a algún conflicto o una mejora en algún aspecto. No entendía por qué intervenir donde no fuera necesario ni tomar decisiones solo en base a razonamientos teóricos por más válidos y correctos que pudieran ser.
Primero fijaba el objetivo y nos desafiaba a desarrollar las herramientas técnicas y jurídicas para su implementación. Nunca al revés.
No creía en las grandes revoluciones. Era un reformista, creía en los procesos y en los caminos. En etapas, de a poco, pero sin detenerse, había que avanzar en la concreción de los objetivos planeados. Entendía que todo producto podía mejorarse con la participación de todos los posibles afectados, y que todos tenían algo que aportar. Por eso las implementaciones en etapas, para ir probando y corrigiendo errores.
Proyectos monumentales como la informatización o el reempadronamiento fueron realizados paso a paso, por etapas, con los recursos propios del sistema, con funcionarios y encargados trabajando mancomunadamente en los aspectos teóricos y financiados por quienes se beneficiaron con esos servicios.
No se enamoraba de sus ideas, las reformulaba y aun las abandonaba si no daban los resultados esperados o no lograban consenso. Recuerdo que, años después de dejar la función, me contó risueñamente que había tenido una charla con un funcionario de la DNRPA en la que había criticado una norma y el destinatario le dijo que él la había aprobado en su momento. La respuesta de Durand fue “y yo ya la hubiera cambiado”.
Era un bicho de la administración, respetaba profundamente el derecho de quien ejercía la máxima jerarquía a tener la última palabra. “El PE es jerárquico y no deliberativo” solía decir, pero no por ello ahorraba esfuerzos para consensuar y convencer a sus superiores de la bondad de un proyecto o la forma de implementarlo. Confiaba en que siempre hay un punto de encuentro entre intereses que, a priori, parecen contrapuestos y no cejaba hasta encontrarlo.
También era un profundo humanista. Creía en la gente, en las segundas oportunidades, en que todos tienen algo que aportar al bien común, creía que un trabajador remunerado dignamente y respetado en sus derechos, producía más, mejor y se comprometía con el organismo. Les decía a los encargados que hicieran los mismo, que armaran un equipo con colaboradores felices de trabajar en ese Seccional. Muchos accedieron a una vida mejor gracias a él.
Ejercía muchos controles sobre los Registros para poder adelantarse a los problemas, con los primeros indicios inmediatamente los convocaba, les sugería cómo organizarse, cómo elegir a sus empleados, mandaba funcionarios de la DNRPA a enseñarles, respetando en todo momento la autonomía del registrador. Creía que la remoción de un encargado era un fracaso de todo el sistema.
Los encargados de Registro tenían permanentemente abiertas las puertas de la DNRPA, todos los funcionarios debimos hacer un entrenamiento en un Seccional antes de comenzar a trabajar en la DN, y a todos los que íbamos con una propuesta o aun con un dictamen novedoso se nos preguntaba ¿qué dice la AAERPA?
Nos incentivaba a compartir con la AAERPA los temas aun antes de que tomaran forma, “nunca sabés qué te pueden aportar”, “qué mejor opinión que la de quien tiene que aplicarlo” eran sus caballitos de batalla. Nos mandaba a las reuniones de las delegaciones aaerpianas a contar en qué andábamos y a tomar nota de todos los comentarios y después debíamos considerarlos seriamente y dar una respuesta.
Y la AAERPA respondía con grandeza, recuerdo muchas horas de trabajo donde no se diferenciaban los funcionarios de los encargados, todos discutiendo y empujando para lograr el mejor resultado posible, sin lados del mostrador que nos dividieran.
Le encantaba dar consejos, a mí me enseñó a dar un paso atrás y salir del detalle para tener una visión completa de la situación antes de decidir, a nunca tomar venganza, a no quedarme en el rencor, a entender que un trabajador feliz responde mejor y por eso hay que preocuparse de su familia y de su persona también fuera de la oficina. Y me enseñó el placer de trabajar en equipo, con una camiseta puesta y respondiendo todos por todos.
Y no puedo concluir sin mencionar a ese equipo, aun a riesgo de olvidar a alguien: Carlos Fischbarg, Enrique Del Canto, Ricardo Radaelli, Porfirio Carreras, Adolfo Méndez Trongé, Víctor Acuña, Marina Isidori, Mirta Mazzitelli, Adriana Gronchi, Analía Celesia, Ricardo Berger, Iban Chomiak, Alejandra Fescina, Amanda Angelleri, a los que se sumaban como Rita Pérez Bertana y Álvaro Gonzalez por la AAERPA y Oscar Cortis por ACARA.
Mariano Durand nunca eligió trabajar con personas dóciles, que le dijeran que sí solo para terminar más rápido o quedar bien con el jefe. Prefería los colaboradores capaces de discutir horas en defensa de sus ideas y así, armó un equipo irrepetible con pensadores audaces o conservadores, muy versados en una materia específica o con mucho oficio, sumando a quienes lo precedieron en el organismo, incorporando gente joven, funcionarios y encargados. Diversos orígenes, diversos saberes y experiencias. Pero todos maravillosamente tercos, apasionados y con la profunda convicción de que estábamos haciendo historia.