Frente al conocimiento de la partida del doctor Mariano Durand, el dolor, la tristeza y la congoja son los sentimientos que nos abordan. Y en verdad, con toda sinceridad, cuando una persona en la vida te ha tocado el alma, la cuestión deviene aún más especial.
Esa primera reacción de dolor y de tristeza, se mezcla entonces con el recuerdo a una persona de una dimensión humana especial, con el recuerdo de su historia personal, de su talento especial. Y también con la historia, la génesis, el desarrollo y la defensa, a capa y espada, de nuestro moderno sistema registral del automotor, con sus leyes, decretos y disposiciones.
Gran mentor y férreo defensor en tiempos difíciles contra detractores y destructores, en una actividad que se encontraba un tanto abandonada hasta el momento de su llegada.
Su desembarco marca el inicio de una gran era para un nuevo Régimen Jurídico del Automotor y para el gobierno y administración de un sistema de Registros que cubren todo el país con un concepto cabal de descentralización y eficiencia.
Por cierto, todo ello es destacable y admirable cuando el camino nos encuentra con una persona y un profesional como “el doctor”, como Mariano. Pero, si se me permite, son otras, conjuntamente y también, sus virtudes y sus talentos, que me han marcado en lo más profundo.
Con su capacidad de claro liderazgo supo construir brillantes equipos de colaboración, haciendo de ello un lema, sin señalar partidismos o pertenencias manifiestas o necesarias, teniendo siempre en miras la calidad y la excelencia, en función de una gestión registral al servicio de la ciudadanía. Es la humildad y la sencillez las que terminan de definirlo, ese temple, esa personalidad y esa convicción de servicio que, por supuesto, fue más allá del ámbito registral para desplegar su energía en el terreno profesional y de la producción.
Me viene de pleno a la memoria la primera vez que mantuve una reunión con él. Fue allí, en su despacho y en compañía de otro gran pilar de mi vida: Mi padre Elías, en ese momento senador de la Nación. Admito que permanecí en expectante silencio la mayor parte del tiempo, pues se trataba de dos grandes en el intercambio de experiencias y loables servicios, tantas veces silenciosos en favor de la República. Intercambiaban inquietudes, experiencias, anécdotas y desafíos que los identificaban. Me sentía realmente un privilegiado testigo del momento.
Al alejarnos del lugar, una vez finalizada la reunión, mi padre me dirigió las siguientes palabras que aún resuenan en mí: “M’ijo. ¿Pudo usted percibir y entender la capacidad y la solvencia de este hombre? Quiero que usted en su vida tenga al doctor Mariano Durand como persona de consejo y de consulta permanente … “. Esas palabras, que tomé y cumplí, terminaron por forjar acabadamente mi opinión y mi concepto. Es que, tal como lo expresara Bertolt Brecht, son los hombres que luchan toda la vida los que están llamados a ser imprescindibles.
Guardo en mi corazón y en mi memoria el honor que significaron sus muchas visitas a mi querida Provincia del Neuquén. Los momentos compartidos, las interminables charlas. Me veo entonces descubriendo los paisajes y el contexto, los lagos, los bosques y las montañas.
Es muy sincero y sentido mi relato a modo de humilde homenaje, nunca suficiente para poder describir con palabras a un ser humano especial, un incansable trabajador y un infatigable luchador. Vaya en este homenaje mi gran admiración, mi profundo respeto y mi afecto sincero y perpetuo para una persona excepcional, para un gran director nacional y me atrevo a decir, para un gran amigo que nos dejó un camino marcado y el sello imborrable de su gran condición humana.