Es un privilegio compartir este debido homenaje a un grande, y creo no equivocarme si afirmo a la más relevante de las figuras que dieron vida a la familia registral: el Dr. Mariano Alberto Durand.
Todas las personas que lo trataron o tuvieron la fortuna de trabajar bajo sus órdenes, todas, creo, podrían enriquecer con su testimonio el de quienes, como yo, necesitamos exteriorizarlo para rendirle tributo con nuestro recuerdo, nuestro cariño, nuestra gratitud, nuestras palabras, tanto las dichas entre sus amigos como estas otras pocas que se juntan impresas ahora.
Todos podríamos parecer estar plagiándonos unos a otros, porque su trascendencia en la historia registral del automotor no dejó lugar a divergencias.
Fue un visionario, un innovador, un hacedor, un arquitecto intelectual que logró transformar literal y ejemplarmente el curso, desarrollo y funcionamiento del Registro Nacional de la Propiedad del Automotor y de Créditos Prendarios.
De ser y funcionar como una estructura más de las que componen el universo de la organización estatal, la llevó sin solución de continuidad a convertirse en una entidad singular, que prematuramente alcanzó bajo su mando niveles de modernidad, agilidad y seguridad jurídica difíciles de igualar.
Por él hay un antes y un después en la vida de la Dirección Nacional que condujo por tantísimos años.
Su capacidad, su tesón, su indiferencia por los obstáculos y los imposibles lo llevaron a concretar cada idea de cambio o de optimización que concibiera, aun cuando por la época y la falta de recursos, sobre todo los tecnológicos, razonablemente no hubieran pasado de la categoría de propósitos o anhelos quiméricos, a no ser porque esos sueños fueran los de él.
No lo hizo en solitario, es cierto. Tuvo la sabiduría de rodearse de personas valiosísimas. Ese mérito no es menor; es el de un verdadero líder.
Sin estridencias, sin vanidades, necedades ni egocentrismos, reunió, sumó, aunó capacidades, contagió entusiasmos, allanó caminos para que cada desafío emprendido llegara a un fin irremediablemente exitoso.
Pasaron más de 30 años desde que nos vimos por primera vez, cuando con su simpleza habitual me habló de su propósito irrenunciable de reunir en un solo cuerpo la dispersa y numerosa normativa registral y me invitó a intentarlo.
Gracias a él, hoy, como tantos de los que ya no estamos en actividad en la Dirección Nacional o en un Registro Seccional, seguimos sintiéndonos parte de la familia registral.
Es que gracias a él pudimos trabajar en un clima de rumbos concretos, de ganas de superación individual y colectiva, de respeto, de reconocimiento y de afecto. No puede salir de esta familia quien entró de su mano. Supo transmitirnos el sentido de que sus metas y sus logros nos eran comunes.
Su naturaleza conciliadora fue, sin dudas, uno de los rasgos más predominantes de su carácter. Poseía la calidad y habilidad de una mente clara, serena y responsable. No le iba a la zaga su generosidad. En todos los sentidos y en cualquier circunstancia.
Fue un cálido amigo. Tenía el don de percibir una preocupación, un problema, una necesidad e involucrarse natural, solidaria y espontáneamente, hasta convertirlos en una promesa de seguir su consejo.
Los que cumplimos la palabra así dada, sabemos cuántas soluciones inesperadas e impensadas le debemos.
Entre los grandes de los que supo rodearse, me tomo el atrevimiento de mencionar al Dr. Ricardo Radaelli; no por querer destacar su valía, ni porque merezca un lugar más destacado que otros de entre quienes tuvieron el doble carácter de colaborador y amigo, sino porque luego se convirtió en mi esposo y su actual estado cognitivo me inhibe de hacerle saber que el Dr. Durand ya no estará físicamente con nosotros.
Con qué palabras lo recordaría y con cuáles querría expresar sus sentimientos para despedirlo después del largo camino laboral y personal andado juntos, lo ignoro. Pero sí sé del dolor que sentiría, porque conozco como pocos el vínculo de afecto y de respeto recíproco que se han profesado.
Por eso, con profunda tristeza, en mi nombre y en el de Ricardo, nuestro adiós, Mariano, querido amigo.